Chupaba, lamía y giraba lentamente su fuerte lemgua alrededor de la punta del pezón, tomándoselo con toda calma. Sentía la agradable pesadez de su miembro que se agrandaba e hinchaba. Ella, se había soltado la cinta que le mantenía su cabellera atada; y cuando él se inclinó hacia arriba cayó por su cara como si fuera una cortina.
Mercedes desató las cuerdas de su camisa, y su respiración se volvió a acelerar en cuanto deslizó su mano para cubrir su otro pecho. Extendió los dedos por él, y después lo acarició suavemente con el dorso de las uñas, a la vez que le iba pellizcando el otro. Ella se movía inquieta y se estremecía de placer mientras él jugaba. De pronto sintió el sol caliente en su espalda repentinamente desnuda.
- Edmond - murmuró atrayéndolo hacia su cara, apartándolo de sus pechos pra poder mirarle a los ojos.
su expreción lo llenó de tanta alegría, tanto deseo y amor que casi lloró cuando le guió la cara hacia la suya. Se elevó bajo él, le ofreció la boca, y sus labios hinchados y predispuestos ardieron acoplándose y deslizándose junto a los suyos. Entonces lo sorprendió pasando una mano por delante de sus pantalones.
A Dantès en es emomento el tiempo se le hizo confuso, como una vorágine de sensaciones: los dedos de Mercedes acariciaban su pene caliente, sus bocas se entremezclaban, los gemidos graves y profundos de ella, y el calor sedoso de su piel desnuda.
Entonces se puso de espaldas, y vio el brillo del cielo azul recortado por la silueta de un olivo. Ella se puso encima de él, y su torso delgado y sus pechos gloriosos quedaron parcialmente cubiertos por su gran cabellera oscura. Sua labios rojos se separaron y mostraron su magnifica dentadura, a pesar de que tenía un diente ligeramente torcido, lo que aliviaba un exceso de perfección.
La ayudó a ponerse a horcajadas sobre él, y sintió que su sexo húmedo se iba ajustando a su expectante erección. Vio cómo sus ojos se entrecerraban y su sonrisa burlona se entregaba maravillada a las sensaciones de placer.
Oh, el placer.
Al principio se movía lentamente debajo de ella, cogiéndola por las caderas, sintiendo sus muslos junto a su torso. Ella elevó los brazos hasta que sus dedos tocaron las hojas de olivo más bajas. Con los pechos levantados volvió la cara hacia arriba, separó los labios y comenzó a jadear. El mundo de Dantès estaba centrado en ese lugar en el que se habían unido; pegajosos, calientes y rítmicos. Él se movía, ella se movía, y la belleza del momento se iba desenrollando lentamente, como un cabo que es arrojado con su ancla, hasta que los dos chillaron a la vez, se estremecieron dulce y cálidamente, y al final se colapsaron sobre la hierba.
"Mercedes", recordo que había susurrado mientras le apartaba el pelo de la cara, "te amo".
Ella se levantó un poco para volverlo a besar, con los senos apretados contra su pecho, y él le acarició los hombros con sus manos curtidas por el trabajo.
"Siempre te amare Edmond"
Introducción del "EL SEÑOR DE MONTECRISTO", de Colette Gale.
